lo engañoso de la imagen en el otro universo
En un tiempo no muy lejano ocurrió el insólito incidente mencionado a continuación, confundiendo a los habitantes de un vasto país, asentado en la parte interior de un asombroso planeta, plano como una tabla, llamado Maera, y que por la acción de muchas impecasias –cosa esta que se asemeja, a lo que se conoce aquí como una fuerza– flotaba, mientras viajaba presuroso y giraba, haciendo orbitas en medio de un abismo de tamaño majestuoso, que se precipitaba hacia lo sombrío y desconocido que estaba en el espacio de ese otro cielo. Todo esto acaecía en el Roguloso, o universo paralelo a éste, en donde la luz no corría tanto como lo hace aquí, ya que tan solo transitaba a un sesentavo de lo que corre en este otro firmamento de acá.
Ya fuera durante la clara mañana, que se experimentaba detenida durante un lapso de tibia calma, en cualquier rincón de Maera, o durante la sombría tarde, que aunque se percibía triste satisfacía por la tranquilidad, vivían habitualmente satisfechos aunque no meditaran mucho en ello; por lo tanto no faltaban los apuros, las discrepancias y demás sabores altibajos característicos de cada día. Era difícil, pero no imposible, encontrar alguno que entendiera en el tiempo presente lo que significaba la escasez, debido a que su madre Maera, además de inmensa se mostraba dadivosa y no había un pensamiento capaz de comprender su fertilidad, o de hacer por lo menos un esbozo mental aproximado sobre la extensión de ella.
En el clenio de Maera, o punto cardinal, se encontraba la ciudad de Banteno, habitada por los maleros. Gustaban ellos mucho de observar constantemente hacia el lado opuesto del país. Valiéndose de artefactos sofisticados para mirar desde lejos, podían los maleros contemplar escenas de la vida cotidiana en Chinero, distante de Banteno dos horas luz y al otro lado de la nación. Siendo la mayor atracción para los sampiales varones, o las samprialas mujeres de esta ciudad, los habitantes del sexo opuesto del otro territorio. Luego de calmar el apetito de contemplar, los que se deleitaban al regalar su gusto con estos pasatiempos; como el que salido del desierto bebe sediento; paseaban su mirada por otros poblados y ciudades, menos alejadas que la de Chinero. No dejaban de ver muchas veces los relojes siempre atrasados, que se observaban en las fachadas de edificios antiguos y nuevos –de diferentes estilos y con diferentes propósitos–, adheridos a las torres más elevadas de las construcciones que se veían en todo el trayecto del catalejo, saltando de pueblo en pueblo hasta casi llegar a Banteno. Si su atención no hubiera estado puesta solamente en las chineras o en los chineros, o en algunas otras hermosuras que se veían desde lejos, enhorabuena los maleros hubieran notado, que entre más alejada estaba la ciudad observada por medio del anteojo, más retrasado se veía el reloj sobre cualquier edificio, y en la medida en que se acercaba a la ciudad suya, menos retrasado se veía cualquier reloj montado sobre las fachadas de aquellas edificaciones.
Pensaban ellos que la luz era producto de un fenómeno instantáneo, conocido ya, y por medio del cual se movían las comunicaciones: la radio, la televisión, o los teléfonos inalámbricos. De todas maneras, no eran pocos los que se sentían intrigados de ver que los relojes de las otras ciudades, vistos a través del potente telescopio manual, siempre se veían retrazados diez minutos, media, una hora, dos, y más, de la hora oficial del país de Maera. En Oracri, población cercana a la urbe principal del país, Vitresol, vivía Nudilio, personaje de ánimo indiferente en muchas cosas pero despierto para otras, y quien se sentía con el único deber de velar por su familia. Estando un día, lleno del encanto del descubridor, observando por primera vez a través del catalejo, le llamo la atención el ya dicho desconcierto que habían notado muchos, en relación a los relojes que se veían atrasados respecto al que tenía al lado el observador. Como Nudilio contaba con muchos amigos, dispersos por muchas de esas metrópolis, resolvió llamar a Patecio en la tumultuosa población de Sinua, distante de Oracri media hora luz. Después de saludarse y reconocerse contentos luego de tantos días sin hablar, Nudilio le planteo la intriga desconocida para él, pero que para su amistad no era nueva.
– !Si sampial! –le respondió el otro, con acento entre jocoso y fastidiado–, no eres el primero al que escucho con esa intriga, que también es mía. Créame, yo ya lo pensé, pero no importa, todo esta bien.
– Pero como va a estar bien, si en todas las regiones de Maera los relojes marcan horas diferentes. Aquí en Oracri tengo las diez de la tarde, pero en el reloj de tu ciudad estoy viendo que son las nueve y media. ¿Que hora tienes allá en Sinua? –Procedió a preguntar Nudillo, seguro de la vista que le daba el artefacto–.
– Pues mira amigo, aquí tengo la misma hora en mi muñeca que la que tu tienes allá, y si salgo a la calle en todos lados la hora estará igual.
Admirado Nudilio del extraordinario desconcierto en que se encontraba, e implorando exasperado la ayuda del dios Prilemo, al tiempo que retomaba el anteojo desarrollado por la compañía Asmilaro, reclamo la verificación de su amigo al otro lado.
– !Verifícame el dato compañero! Como puede ser esto, que la hora que miro desde lejos no es la misma que tu me estas diciendo.
– Ya te lo dije, aquí como en todas las naciones de Maera son las diez; perdón, son las diez y cinco de la tarde, –contesto Patecio; luego de mirar con desgana burlona otra vez su muñeca–.
– ¿Y como es que yo veo desde aquí el reloj de la torre del santuario de la bendita Dolauce, que esta dando las nueve y treinta y cinco de la tarde?
– !Exacto!, tú lo ves a esa hora, y sin embargo yo lo estoy viendo a las diez y cinco minutos. !Explícamelo tu amigo! –Se limito a exclamar el también indiferente Patecio–.
Entre atareado y prudente estuvo los días siguientes el ahora inquieto Nedilio. Cambiando de anteojo por uno más potente, miro los extremos más distantes y habitados del planeta, en donde se encontraba la última y más pobre cabaña alejada de la civilización; sin dejar de notar innumerables veces el mismo desfase. No se dio cuenta en esos momentos, pero lo que observaba con su vista a través del anteojo siempre era una representación de algo que ya había ocurrido. Él no notaba esta particularidad, porque jamás se le ocurrió pensar, que sus ojos, al mirar una imagen que llegaba de tan lejos, miraba solo una estampa retrasada de algo ya acaecido; pues las imágenes viajaban con la luz y se tardaban en ir de un sitio a otro lo mismo que se demoraba ella.
Cosa semejante a la anterior, aunque con condiciones adicionales que la hacían diferente, fue lo que le paso cuando converso con su amigo. Como la voz que transmitía el inalámbrico era instantánea, el dato de la hora a través de la palabra era el mismo en cualquier lado; si bien la imagen se veía retrazada. Mirando Nedilio de Oracri el reloj de su muñeca, y oyendo por el celular que esa misma era la hora exacta en Sinua, pero viéndola atrasada en el reloj empotrado sobre la torre del santuario, por medio del potente anteojo, no podía surgir otra cosa diferente a la confusión.
Muchas de las cartografías que se extendían más allá del Sorina, o superficie habitada de Maera, correspondían a ubicaciones tan distantes que terminaban abundando en supuestos, deducidos simplemente de lo más lejano que se alcanzaba a distinguir con la vista a través de los potentes telescopios. Entre tempestuosos y sosegados mares, islas, playas y montañas, eran incontables los parajes hermosos que se apreciaban por medio del catalejo, llenándolos seguramente de más primor el saber que ningún sampial podría llegar nunca hasta ellos; o quizás, alguna admiración por el lugar no se suscitaba por lo inalcanzable de el, sino que, solamente obedecía a la delicada tranquilidad que regalaba aquella lejana visión callada. De todas maneras, aun con la más avanzada tecnología para el transporte, ni siquiera el Sorina permitía su recorrido fácilmente. Se contaban entre sus puntos más extremos Lovitio, urbe que se levantaba en las faldas de la cordillera de Silsonpea, y Kadeskado, ciudad que se encontraba hacia el Celinéo, o punto cardinal, en la ultima pendiente de un extenso ramal de la cordillera de Mariamina, ambas, separadas por ocho horas luz. Si se pensara que esta era instantánea y no se tuvieran en cuenta otras características con que se manifestaba el natural ser de ella en el Roguloso, y no se considerara suficientemente la disposición del sistema orbital que gobernaba al planeta y su luminaria, más la conformación plana de aquel, fácilmente se pensaría que la luz de la mañana calentaba por igual las diferentes naciones, pero no era así, y por toda la extensión del suelo habitado Rhaoos dispersaba su calor variando, de acuerdo a la lejanía y a la inclinación con que llegaba sobre el maeritorio –o territorio– plano de Maera.
Así pues, eran enormes las magnitudes del planeta Maera y su extensión superaba a cualquier imaginación. Se contaba en una vieja narración, la cual versaba entre lo mítico e histórico, proveniente del país de Loditigos, lo acontecido a un sampial de nombre Saivílon de Alivesio, poseedor de varios predios rurales. Un infortunado día, valiéndose de un potente catalejo y subido en un piso muy alto de la torre ubicada en su propiedad, detecto el hacendado varios postes caídos y el alambre roto en uno de los últimos limites de sus dominios. Contrariado de ver la valla prácticamente arrasada, y celoso también al pensar que pudiera ser victima de un invasor, reviso concienzudamente los segmentos aledaños al daño, hasta donde las diferentes conformaciones del suelo, u obstáculos se lo permitieron. A partir de ese momento, inquieto de todas maneras por el robo de sus terrenos, consulto la opinión de dos de sus hijos mayores sobre lo visto a través del formidable anteojo. Ellos, teniendo cuidado de no tropezar el artefacto, miraron y ubicaron fácilmente el problema. Vibrando de disgusto como su padre y desplazando ínfimamente el argénteo cilindro con sus lentes, contemplaron los linderos aledaños, ya que en este planeta predominantemente llano era esta una herramienta de uso normal en cualquier hogar, familiarizándose desde muy jóvenes los sampiales con su manejo. Posteriormente, mientras planeaba un viaje al lugar lo más pronto posible, llamo a Loarno de Carento, principal de sus trabajadores, quien conocía la región en donde probablemente se encontraría el paraje; además de muchos más, descuidados, de la ingente propiedad; la cual, con todo y no ser de las más grandes, abarcaba varios millones de Kipoleros cuadrados –siendo un Kipolero poco más extenso que un kilómetro–. Después de esperar impacientemente por dos meses el arribo del subalterno, el catalejo se desacomodo de su posición, y cuando llego Loarno, invitándolo para que mirara a lo lejos, éste dijo, con el asombro de todos, no ver ningún daño en los límites. Saivílon, amado por los dioses y socorrido con la fortuna, no fue en esta ocasión muy favorecido con la previsión; por ende, no tuvo cuidado de anotar las coordenadas, ni de retener en su memoria algunas particularidades de la zona, quedando de Carento sin la posibilidad de emitir una conclusión sobre la ubicación. Esta dificultad retraso la partida; ya sabia por experiencia el hacendado de la complicación que entrañaba conocer todos los rincones; no en vano, ni él mismo había logrado recorrer todas sus posesiones en sus abundantes años. Así permanecieron por varias semanas, Saivílon con el ánimo dolido y furioso, maldiciendo la cerca, su suerte, y denostando a Loarno en su propia cara, delante de sus hijos y de los extraños que estuvieron constantemente presentes en busca de una solución. Por su parte, el capataz venido del sector se mostró paciente y solicito; quizás escondiendo el malestar detrás de una trémula sonrisa, mientras procuraba encontrar el sitio.
Además de perder los valores de cada eje guía para conocer la posición, indispensables para encontrar la franja, Saivílon solo recordaba pocas particularidades del árbol, más algunos pormenores del follaje vistos a través del visor, que desafortunadamente eran muy comunes a cualquier paisaje. En el fondo de la imagen que mostraba el derribo de la cerca se levantaba una cumbre de los montes Carequidia, pero la descripción se revelaba muy general. Además que estos, Maera de los Diamios, elevaban imponentes muchos picachos parecidos y en consecuencia no servían para la orientación. De todas maneras el dueño, en todo el tiempo de búsqueda no se consoló con ninguna excusa.
Cansado Loarno de los constantes requerimientos furibundos de su patrón y temiendo una vez más su ira, invento algunas excusas para no cumplir sus llamados; pero la estratagema resulto contraproducente. Finalmente, superado por el temor, prefirió no contestar con una negativa al dueño de la hacienda, y aunque no estaba seguro, dijo reconocer la descripción hecha por Saivílon en una parte cercano al rió Esgallerio. Estos dos sucesos: la perdida de las coordenadas por parte de Saivílon, más la desmedida exigencia a su empleado, unidas a la mentira de Loarno, quien realmente nunca estuvo seguro del lugar, propiciarían la desgracia de la expedición. Anexamente, los hijos y demás empleados confiaron en las palabras taimadas de de Carento, dichas no con el animo de ubicar la zona, sino de librarse del incomodo genio del terrateniente.
Desde el principio no todo fue desafortunado, el sitio, relativamente era poco alejado, y montados sobre los pemigos, en unos seis meses, según los cálculos más optimistas estarían en el; Saivílon, Loarno de Carento, más los otros cuatro acompañantes y los animales de carga. Al fin, sobrepasando el tiempo calculado en algo más de un mes, llegaron a la franja, descubriendo decepcionados que en este terreno la alambrada se encontraba en perfecto estado y el árbol no coincidía en absoluto con el recuerdo. Ya seguros del error, Saivílon de Alivesio soporto por unos minutos la terrible frustración que centelleaba en sus ojos; hasta que acrecentándose y colmándolo, semejante a como el hirviente caldo dejado en el descuido sube hasta desbordarse, le soltó las riendas a su enojo con estruendosa voz.
– No podría ser mi vida más miserable. Esta Maera, que fue adquirida con esfuerzo por mi padre, el padre de él y sus antepasados, ahora quizás se encuentra invadida por cuatreros que rompen las cercas y abusivamente traen sus animales a comer en nuestros pastos, sin poder yo hasta ahora hacer nada para solucionarlo. ! Y para que mayor sea mi desgracia!, el único con quien contaba y podía ayudarme, ahora se muestra como un incapaz más desorientado que yo.
Ante tales palabras, precipitadamente, los acompañantes, que visiblemente entendían hacia donde apuntaban, con indiferente sorna se pusieron a apretar las correas y acomodar la carga. Entendió Loarno que lo dicho era por él, así que agachando la cabeza y temeroso de la furia de su superior, dijo:
– Señor, bien se que extravié el lugar por algún trecho, pero mira que la posibilidad de encontrarlo no es lejana. Solo es que sigamos los postes con algo de paciencia y confianza, y muy seguramente encontraremos el daño más adelante.
Nuevamente, de Carento mentía, ya que nunca extravió el predio, siendo cierto que jamás lo vio a través del lente, y teniendo en cuanto la posición dominante de su interlocutor, la descripción iracunda de de Alivesio siempre la percibió confusa y llena de temor; como el que invita a preguntar, pero aclara agresivamente y mandando a callar. En realidad, de Carento decía esas palabras buscando aplacar la furia de su jefe, pues a estas alturas, posteriormente a tantos días en la agotadora travesía, no tenía idea en donde se podría encontrar el sector buscado. Alivesio, después de observar airadamente los alrededores, y contemplar con mirada de reproche a su trabajador; pensando más bien en hacer algo, en vez de quedarse inactivo, pero sin estar seguro de lo que iba a emprender, opto por arriesgarse a seguir el contorno, aun a sabiendas del cansancio de los animales; y por el error de calculo, la falte de provisiones en que se encontraban. De esta manera, en contra de las protestas de los restantes acompañantes en el séquito, continuaron por otros cinco meses hasta que el hacendado se topo con un paraje, aun más averiado al observado por el anteriormente. La valla se derrumbo por un trecho muy largo hasta que desapareció el rastro de ella. Al ver esto, de Alivesio se mostró turbadísimo, si bien sus fuerzas no le permitieron golpear ni aporrear nada. A la postre, descansando Saivílon, se puso a sopesar las dos posibilidades: buscar el extremo desaparecido, o regresar a su casa; empero, la frustración de ver su propiedad tan abandonada despertó el celo en él y una tenaz porfía por encontrar la otra punta perdida; aunque ya en este momento, inmerso en la extensión, temía por su vida.
En las postrimerías de la infructuosa travesía terminaron por alimentarse de frutas, o cualquier otra cosa que encontraran en el camino, pues los pemigos de carga fueron sacrificados, y faltos de experiencia en el arte de conservar la carne la consumieron a la bartola, o sin ninguna previsión para almacenarla. Finalmente, termino el hambre por mellar tanto sus fuerzas como su espíritu. Como resultado de la extraordinaria necesidad se gestaron varios altercados y se dispersaron, menos Loarno, a diferencia de los otros se mantuvo firme al lado de su jefe. Estando familiarizado con la región, se supuso que en un postrero esfuerzo intento devolverse en busca de ayuda, pero la ingente extensión lo supero y las energías le fallaron, derrumbándose seguramente a pocos días de camino.
Transcurridos varios años de búsqueda Beatório y dos hermanos más encontraron finalmente el cuerpo de Esíonio, sepultando solamente la osamenta, que fue lo único que quedo, después que los animales se saciaron de él y la exposición de varios años a los inexorables elementos dejo poco rastro del fiel servidor. Los despojos fueron reconocidos porque en los jirones de la ropa se le encontró su documento de identificación. Desde ahí en adelante, nadie más oso emprender una travesía de tal magnitud en tan poca compañía, y cuando los herederos quisieron revisar los limites de la hacienda, cargaron con ellos varios potentes binoculares, estuvieron seguros de ubicar los puestos de control espaciados por distancias suficientes, para que los desniveles del planeta no los cubrieran totalmente. Adicionalmente verificaron que la comunicación no se perdiera, corrigieron otras más acciones que fueron pasadas sin cautela y que terminaron por desatar la ruina de la expedición.
Fue este un relato cuyo origen se podría suponer como producto de la leyenda, pero también de la historia. Los hechos se perdían en el tiempo, de tal modo que saber si sucedió o no era imposible. Como sea, manifestaba las dimensiones que se apreciaban en el planeta. Algunos la tildaban de ficción, pues parecía inverosímil que alguien al verse superado no hubiese dado media vuelta y regresado, pasara por alto tan evidentes cálculos y se perdiera en su propiedad, con todo y las extensiones que permitía Maera. Por lo tanto, la imprevisión tan exagerada que mostraba la narración sobre la travesía no cabía en ninguna cabeza, y esto la dibujaba bajo un cielo que inspiraba el ambiente del mito. Sin embargo, el temperamento colérico de Saivílon de Alivesio y la condición tímida de Loarno de Carento, su mentira salida del temor y la extraordinaria extensión del cuerpo celeste, eran hechos factibles; “siendo cierto el último”; con lo cual, los sucesos mencionados se asemejaban a una historia.
Fue la tradición oral que narraba la desgraciada expedición de Saivílon anterior a los sucesos que dieron motivo al actual relato, y este es claramente posterior a todos. Esta última, se caracterizo por ser una época en la que usualmente se escuchaban expresiones de pasmo en las estaciones del nuevo transporte, que se encontraban a través de su sorprendente recorrido por infinidad de ciudades y pueblos. Al lado de las voces sorprendidas, o también provenientes de los mismos labios estupefactos, se elevaron otras que miraban hacia el Maverós, no ya con ruegos, como sucedió en los años anteriores, sino con palabras de agradecimiento. Especial mención tuvo el nombre del magnánimo dios Sirtoleo, deidad que amaba tiernamente a todos los sampiales y el poder que ostentaba lo empleaba solícitamente en aligerar las cargas en la vida de estos mortales; éste, oculto a las miradas de cualquiera y uniendo su esfuerzo al de otros dioses, fomentaba el progreso. Fue él, quien sin abandonar la cumbre del monte Syos influencio el animo de muchos, e inicio la magnifica obra, que aunque redujo los tiempos en los viajes, puso de manifiesto reiteradamente la misma confusión que le quito el sosiego a Nedilio de Oracri, a Vagheroso de Navonreos y a otros más. Obra descomunal, en cuya empresa estuvieron ocupados los pobladores, mantuvo sus corazones atrapados con muy variada emoción, y demando tantos años, que tres generaciones vieron su inicio y conclusión. Consistía esta, de la que recién se acabo de terminar su construcción y por la que se despertaba en los espíritus una muy grata fascinación, en un ferrocarril colmado de pasmosos adelantos, impecables lujos, montado sobre seis rieles, y desde hacia muchos años, seguramente ya esperado por todos los que poblaban el territorio habitado de Maera.
Encerraba el transporte dentro de su camino, o circulaba cerca de cualquiera de los innumerables estados que componían el Sorina, o también llamado Mulbre. Transitaba algo alejado de la mitad del valle de Tiembaséusa y recorría toda la región de Caclonga; llenas ellas de ciudades, pero asimismo de muy extensos y variados sotos que infundían el recelo a lo desconocido, al tiempo que la admiración de aquella espesura virgen. Aparte de estos, estaba la zona que comprendía el territorio llano de Oriluginoso y Veldirenta, junto con los miles de cordilleras principales que los cruzaban. Bordeaba y se adentraba por toda la prolongación de Forciaunito, incluyendo la planicie principal y deshabitada, junto también con la extensa playa del mar de Serindares; que Forciaunito les heredo a sus hijos. La circunferencia de la línea del tren cogía dentro de ella la región de Consicheva y Veclinbron, en donde los hermanos Con y Ven heredaron a sus hijos. En resumen, para no mencionarlos todos, la línea del tren o metrasdo encerraba, o también comunicaba fuera de la circunferencia, a todas las comarcas principales, que hacían a su vez las zonas en que se dividía la ínfima porción de Maera, que alojaba dentro de ella a todos los moradores de este universo.
Regiones que como ya se supondrá no eran para nada pequeñas, ni tampoco planas, “como se podría pensar”. Ciertamente, el tamaño de algo se evidencia al compararlo, e igualmente, cualquier accidente del maeritorio se mostraba despreciable al mirar la inigualable extensión de Maera; Pues aun la imponente cordillera de Mariamina, o la soberbia extensión de Silsonpea, con todos sus picos más elevados, no eran sino un hilo de escaso trayecto que se dibujaba sobre el suelo Maerico. Además de las elevaciones, formaba el suelo del planeta ingentes depresiones, pero dentro de ellas se levantaban infinidad de altiplanos, y el animo se sentía agobiado al descender con la vista a lo más profundo de los cañones; todo esto se encontraba sin numero, y no escaseaban los mares interiores; de tal manera que siempre habría algo nuevo que ver. Y aunque los sampiales no eran para nada dados a la búsqueda de respuestas; al igual que Nedilio, tuvieron que buscarlas en su pensamiento y en otros lados, desde los primeros días en que entro en funcionamiento el primer tren de esta línea, compuesto de tantos y tan extensos vagones, que la distancia de un extremo al otro del mismo oscilaba entre los diez y los cien Kipoleros de largo. Conectaba esta vía férrea a Matido y Vitresol, dos de las ciudades principales, haciendo paradas importantes en sus estaciones. Realizaba el camino una circunferencia perfecta, quedando ambas metrópolis ubicadas en los dos extremos de un diámetro del circuito ferroviario, ligando sucesivamente a otras ciudades a medida que seguía su recorrido cerrado entre estas dos urbes capitales.
La cuestión en la hora del reloj que se encontraba alejado: el retraso de la imagen venida de lejos, que se demoraba lo mismo que se tardaba la luz en traerla, y el consiguiente atraso en la hora representada por el reloj de dicha imagen, tuvo especial actualidad luego que el metrasdo empezó a transitar y comunicar las ciudades. Unido a la maquina y a la vía, se levantaron las estaciones, unas más elevadas que otras, las construidas en las metrópolis nombradas, opuestas por el diámetro, superaron a las demás en altura, si bien Navonreos, Talonto, Varegia, Sabilia y algunas ciudades más, espoleadas por el orgullo, quisieron igualarlas, aunque sin el éxito suficiente para alcanzarlas. En diferentes niveles de las edificaciones se incrustaron morrocotudos ventanales que tenían las propiedades del telescopio, “sin contar con un cilindro en donde se encajaban los cristales”, y desde donde los usuarios del transporte, mientras esperaban observaban, o los visitantes se recreaban, contemplando las lejanas ciudades y sus alrededores, sin dejar muchas veces de confundirse varios con el retraso que se veía en los relojes lejanos, que se levantaban sobre las fachadas, o también por otras inconsistencias que se miraban a través del telescopio empotrado,….
Apreciado lector, si la historia del Roguloso es de su agrado, puede conocer lo restante en la siguiente dirección:
http://www.bubok.es/libros/208362/Lo-enganoso-de-la-imagen-en-el-otro-universo
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