este texto es continuación de la verdadera historia de la relatividad.

lo engañoso de la imagen en el otro universo

La cuestión en la hora del reloj que se encontraba alejado: el retraso de la imagen venida de lejos, que se demoraba lo mismo que se tardaba la luz en traerla, y el consiguiente atraso en la hora representada por el reloj de dicha imagen, tuvo especial actualidad luego que el metrasdo empezó a transitar y comunicar las ciudades. Unido a la maquina y a la vía, se levantaron las estaciones, unas más elevadas que otras, las construidas en las metrópolis nombradas, opuestas por el diámetro, superaron a las demás en altura, si bien Navonreos, Talonto, Varegia, Sabilia y algunas ciudades más, espoleadas por el orgullo, quisieron igualarlas, aunque sin el éxito suficiente para alcanzarlas. En diferentes niveles de las edificaciones se incrustaron morrocotudos ventanales que tenían las propiedades del telescopio, “sin contar con un cilindro en donde se encajaban los cristales”, y desde donde los usuarios del transporte, mientras eseraban observaban, o los visitantes se recreaban, contemplando las lejanas ciudades y sus alrededores, sin dejar muchas veces de confundirse varios con el retraso que se veía en los relojes lejanos, que se levantaban sobre las fachadas, o también por otras inconsistencias que se miraban a través del telescopio empotrado, cuya apariencia era la de una gigantesca ventana. Pero esta no fue la primera cuestión, ni fue la única sobre el suelo Maerico, que estuvieron sin respuesta por muchos días; fueron muchas. Y desde antes, otras semejantes ocuparon el pensamiento de muchas mentes.

El punto cardinal que indicaba la puesta de Rahoss en la mitad del año, correspondía al Celinéo del planeta. En su mayor parte la región es montañosa y los habitantes se agrupan en innumerables países, tomando la cordillera el nombre de los pueblos que se asentaron en el lugar desde tiempos remotos; aunque la designación también obedece a otros motivos a parte de los ancestrales. Dispersa en medio de otras esta la provincia de Orcarilma; en su mayor parte circundada por los montes Cachonga. Pues bien, en la parte media de los montes que más próximos están al ocaso durante esa época, se encuentra la región de Montesano, y en ella uno de los pueblos regados por el altiplano, Diamiosos, arcaica ciudad de calles empedradas, abundante en magníficos edificios levantados por las gentes orgullosas de sus magnas creencias, !que cual faro en medio de tempestuosa noche señalan el rumbo al navegante! Pues bien, allí vio la luz por primera vez Osiro Aremos. Fue éste el más sobresaliente de sus hijos: inteligente, de figura delgada, incapaz de apaciguar la búsqueda cuando en su alma se instalaba la incómoda intriga; como aquel que presa del dolor no ceja en sus pensamientos e intentos para expulsarlo de si. Finalmente, sus conjeturas, que no resultaron desacertadas, influenciaron el ánimo de otros para encontrar el límite de ese universo.

Por todos los rincones de la localidad se veían los Diamios, y con frecuencia, dentro del mismo pueblo, bajo la apariencia de un sampial los dioses caminaban encubiertos a las miradas de cualquier mortal, cumpliendo misiones de escasa o de mucha importancia; si bien, dentro de los hijos de Diamio no eran pocos los descendientes de inmortales bajados del Maverós. Los Diamios, o Siltos, hijos del hijo de Diamio, y todos los sucesores que cargan con la herencia, se identificaban fácilmente en cualquier sector de Maera porque el maxilar inferior, junto con los diferentes músculos que lo conforman, resaltan particularmente, dándole a los varones un aspecto agradable, en tanto que en las hembras se insinúa como un talante saludable, notándose claramente esta particularidad al encontrarlos y saludarlos. Reconocidos, además de esto, por su amable trato y un espíritu inquisidor que dio origen a elocuentes adagios. Por determinación genética el pelo de ellos abunda en delicados rizos, o se descuelga ondulante y libre, cayendo con gracia y destellando a Rahoos con suaves fulgores. En las mujeres que no se lo recogen siempre esta revoloteando por delante de su rostro, y son gente que en un momento agonizan de la dicha, y al siguiente, igual que fiera celosa de su comida, mueren de furia. En algunos casos, esta característica de su fisonomía resalta casi hasta el extremo de perderse la delicada armonía de su raza; pero sin llegar a ello. Con lo cual se aviene la belleza de sus facciones, herencia de la sangre divina que corre disuelta por sus venas, con esto que parece una anomalía y resulta una hermosura rara y muy agradable, tanto en los hombres como en las féminas, o samprialas.

Pues bien, no muy distante de Diamiosos se encontraba la Villa de Balueca, y cerca de ella, en la planicie del seslonadro, la vereda de Monte Shecalo. Y allí, adyacente, en otro paraje más de Maera, en donde el suelo le regalaba la vida con sus nutrientes a infinidad de verduras, y toda clase de frutas, de padres pobres pero honrados nació Perixe Apília. A éste se debe y fue el primero en afirmar con convicción que este universo, en el cual corría Maera, tenía una pared al final de su bóveda. Ciertamente, siendo un párvulo aun y recorriendo desprevenido los animados alrededores de Shecalo su curiosidad era latente, pues saltando de una cuestión en otra se asemejaba a la laboriosa abeja que salta zumbando de flor en flor buscando la del mejor néctar. En este trasegar de su vida se intereso por saber cual era la explicación científica sobre el origen de ese firmamento al cual le toco venir; aunque, a parte de la aclaración divina, que poco lo satisfizo, en aquellos años mozos no pudo encontrar respuesta a esa pregunta.

Perixéo y Vrila, viendo los anhelos de Perixe y quienes en todo momento sentían el amor por sus vástagos como pesada carga, o también como tibio calor en el animo estimulándolos, no le insistieron mucho para que aprendiera las labores del campo y todo lo que hay que entender sobre Maera; atinente a arrancarle los frutos de su seno y levantar los animales. Cavilando en darle al joven los elementos necesarios para ocuparse en sus deseos, decidieron invertir el producido de algunas ganancias, y haciendo un esfuerzo mayor, mandar a su vástago a la escuela del sabio Osiro Aremón. Conoció Perixe con él, o en su escuela, los textos antiguos que trataban las mayores incógnitas del Roguloso, o universo de Maera, que ya en el pensamiento de algunos fue motivo de intriga.

En el transcurso de su vida Perixe no solo se dedico a la especulación, sino que ejercito también la investigación probatoria. Heredo parte de la maera que Perixéo repartió entre él y sus otros tres hermanos, dos mujeres y un hombre; o samprialas y sampiales. La espaciosa casa en la mitad del campo se las dejo a las dos hijas, por si no tenían la suerte de conseguir el apoyo de un marido. Exceptuando la forma llana del planeta, que ya para entonces dejo de ser motivo de controversia, el hijo de Perixéo indago y produjo fundamentada conclusión, mostrando algunos aciertos como la predicción de la pared de ese firmamento, la orbita de Maera, la inclinación de la misma bordeando el Roguloso, y el transcurso de Rahoss alrededor del mundo Maerico. Cuando Perixe, cediendo a un deseo que palpitaba en su pecho, abrió la boca para decir que este universo conocido por ellos terminaba en una pared alejada por incontables millones de kipoleros, el parecer de muchos se mostró en desacuerdo y las palabras de todos aquellos que creían en lo contrario no tardaron en replicar. Entre los demás se destaco Meraldio; asistiendo a este encuentro en la universidad, con muy íntimo descontento y cediendo también, pero a un impetuoso espíritu de desacuerdo dentro de él; igual que probar plato de mal gusto en día de contrariedades, dijo:

– Tan difícil es que estemos rodeados por una pared, en el último límite del Roguloso, como que Perixe no nos supiera explicar los secretos de la agricultura. Observación esta, acompañado de un toque venenoso, que insinuaba la incapacidad de Perixe para opinar sobre esto por su modesta extracción.

En realidad no eran pocas las causas de aquella controversia, dentro de ellas la lejanía de la pared límite, que no permitía con la observación sino muy escasa información acerca de las diferentes manifestaciones luminosas que se mostraban en la bóveda; “como para poder emitir un dictamen más seguro”. En su transito Maera no tenía vecinos, no era acompañada ni se cruzaba con ningún otro astro; exceptuando las dos lunas circundándola, y Rahoos igualmente orbitándola y regalándole claridad siempre. Aparte de estos cuatro cuerpos, en el inconmensurable vació nunca se vio otro. Se suponía que Maera giraba sobre si misma produciendo el día y la noche, y no al contrario: rotando Rahoss alrededor de ella; siendo la realidad el contrario mencionado. En comparación al planeta llano, la órbita era en extremo grande y por consiguiente la curvatura se percibía mínima, dando fundamento para que los astrónomos concluyeran que Maera se desplazaba en línea recta. Con esta última suposición se desvirtuaba la posibilidad de una muralla rodeando el cielo, ya que si existiera el dicho muro, en algún momento de su recorrido recto el ingente cuerpo plano lo hubiera impactado. No habiéndose conocido otra estrella diferente a Rahoos, y estando el cascarón del universo mucho más distante que ella, los fenómenos resplandecientes de la pared se creían fácilmente como otra semejante a Rahoos; o como fulgores emanados por muchas parecidas al lucero ya conocido, acumuladas en tupido enjambre.

En aquella era estuvo lejos de cualquier pensamiento considerar como cierta la muralla que encerraba al Roguloso, de tal modo que entre los investigadores, “quienes en su gran mayoría adherían a tal hipótesis”, la conclusión deducida sobre el transito recto del cuerpo, y mencionada poco antes, lo único que hizo fue confirmar sus convicciones y deleitar sus ánimos, en tanto que despreciaban la existencia del muro limite. En esa sazón, la creencia que prevalecía en la mayoría se mostraba más convincente, en medio del encantador meollo que recitaba una antigua leyenda. Explicaba ella la causa de algunos impactos que había experimentado el planeta, pero particularmente el origen de uno de los pedazos de cielo que se desplomó una vez sobre Maera; considerablemente alejado del sector habitado, para fortuna de todos los sampiales que coexistían sobre el suelo maerico. Decía pues el relato, el cual se origino y transito a través de los años en la boca de los hijos de Amb, habitantes del país de Ambiles, como la divina Atanlia, luego de un airado reclamo fue arrojada de la morada resplandeciente por su esposo, el dios Legiustos, pues pretendía él poseer todos los derechos como marido al tiempo que gozaba de los amores de la semidiosa Verindra. Después de ser expulsada sin ningún miramiento por el desleal, la celestial hembra rodó por los últimos confines del Maverós hasta que dio con su inmortal cuerpo sobre el planeta; al momento retumbo el suelo y una densa nube se elevo por los aires dejando a todas las miradas atentas. No eran escasos los pensadores que dudaron con frecuencia de la explicación divina, sin que por ello negaran, necesariamente, la actuación constante de los dioses. A la par que los otros, o igualmente temeroso de los inmortales, Perixe los posponía en esta cuestión: pues si fuese cierto que el choque no fue más que la encantadora diosa derrumbándose sobre el suelo maerico, no existiría el tal muro desgranándose, y la suposición del hijo de Vrila seria menos real. Y así siguió con apremio, llevado por sus anhelos en la búsqueda de la veracidad, que semejante al tránsito apesadumbrado del mendigo en noche fría, en busca de un bocado entre los residuos y escondrijo que regale abrigo con que calmar su malestar, transitaba el hijo de Perixéo con igual o mayor ansiedad.

En esos años dudo siempre el hijo de Perixeo que de Rahoos, o alguna de las lunas pudiera provenir algún fragmento; meditaba él, que la centrifuga que desarrollaba el satélite al orbitar Maera desvirtuaba tal posibilidad. Era esta una intuición en su alma que no se dejaba contradecir, le decía pues que de los cuerpos observados en el cielo no provenían los trozos que impactaron sobre el planeta, y el mismo presentimiento lo invitaba a pensar en un compuesto de roca alejado en el firmamento, que se desgranaba con frecuencia. Pero la afirmación del sabio diamioso no se levantaba solamente sobre una suposición salida de su imaginación; eran muchos los arriendos de su Maera, y otras entradas que se habían invertido modificando en uno o en otro sentido el camino de su investigación. Incontables cachivaches, junto con varios catalejos de gran tamaño reposaban en su vivienda, testigos mudos de su trabajoso intento por comprobar la suposición que lo inquietaba. Por encima de las quejas y de las burlas paso su determinación, llevándolo a invertir en viajes, indagando por nuevos mecanismos, o inventos, con el fin de mejorar el visor. Quiso el destino, que encontrándose ofuscado el sampial de ciencia por los incontables fracasos, interviniera en día de estos el piadoso dios Gratios, divinidad de la ciencia, quien bajando del Maverós inculco en muchos de los amigos y partidarios del testarudo Perixe palabras de ánimo y orientación, que hicieron eco en su pensamiento; con lo cual encamino sus pasos a la ciudad de Kunio, una de las principales en el país de Molairo, en donde entablo relación amistosa y fructífera con el vidriero Asmilaro.

Dentro de determinados días de su interminable brega, estrenando el primer telescopio con los exquisitos cristales de Asmilaro y mirando hacia el limite del Roguloso, Perixe pudo ver, entre ansioso y absorto, con resolución deficiente de la imagen, formaciones semejantes a la roca o a la montaña, que al reflejar sobre ellas la claridad de un polvo luminoso dibujaban sus contornos entre sombras y claridades. La inmensa polvareda, que era a su vez una brillante nube, tenía su origen en un foco de resplandor tan intenso que cegaba los ojos, este correspondía a uno de los sitios observados anteriormente por el hijo de Shecalo y era una de las incontables formaciones resplandecientes que hacia la pared del Roguloso; mismas que siempre se aceptaron como otros cuerpos dispersos por el cielo y semejantes a Rahoos. Pero junto a lo sobrecogedor del espectáculo, e igual que el embargado por el terror se queda sin palabras, al momento de explicar que era todo aquello surgían un sinnúmero de dudas que coartaban cualquier conclusión.

Lo cierto fue que después de muchas conjeturas, la duda prevaleció sobre todas. Aunque lo busco con todas sus fuerzas, Perixe nunca pudo corroborar su hipótesis. Solo hasta mucho después de su muerte, con los progresos tecnológicos se consiguió certificar la existencia del muro. Pero el final de aquella discrepancia científica que se suscito en los años del hijo de Perixeo llego por el lado de los Ternacios o Engreos. En la era de Perixe, la comarca de Montesano junto con el maeritorio diamioso, además de sus principales países, mantuvo una larga guerra con los hijos de Ternio, habitantes del país de Frulimio. La causa de la discordia consistía en una vieja aversión cuyo origen se perdía en el tiempo, aunque la raíz de la ojeriza subía hasta el Maverós y manaba del corazón de la divina Atanlia. Concibió la bella diosa un extraordinario odio en contra de los descendientes de Engro, ya que Verindra era hija de este pueblo y los ciudadanos siempre miraron con simpatía los amores adúlteros que ella sostenía con el consorte de la diosa. No fue poco lo que sufrió la inmortal por los celos que tuvo que soportar, a causa de la infidelidad desvergonzada de su esposo; posponiéndola a ella por los amores de la hija de Frulimio. Se añadía a su dolor el desprecio que aguanto de la semidiosa; cansada de tolerar la burla, la celestial hembra descendió del Maverós y confronto a la amante de su cónyuge, siendo despreciada con chocante altanería por su rival y asegurándole que su marido ya no sentía nada por ella.

Con la ayuda del dios Meprolo, la esposa de Legiustos inicio su venganza incitando una antipatía visceral entre los Diamios y los Engreos, trocándose la amistosa relación comercial entre los dos pueblos, en descarados robos, e insolentes violaciones de los acuerdos. Con el tiempo el derecho de uno y otro lado fue quebrantado y se recupero mediante agresiones y hurtos, mutándose el antiguo gusto en el trato, en un odio asfixiante. El esposo de la ofendida diosa, encantado como estaba con su nuevo amor, olvido sus posesiones y dejo durmiendo en una falsa tranquilidad a las autoridades de los diamios, hasta que la chispa inicial de la discordia fue una conflagración incontrolable. De ambos bandos lamieron el polvo incontables cuerpos, se lleno de clamores y se tiño de rojo Maera cada vez que se inicio la guerra. Que ya para entonces, igual que incendio en el bosque, se sofocaba en un lado al tiempo que se prendía en otro.

Dentro de los episodios más desafortunados cabe destacar la muerte de Marelio, príncipe general de los Diamios y de todas las comarcas circunvecinas. Querido y amado por todos, Marelio era obedecido más por la convicción de su ánimo conciliador, y en consecuencia pacificador, que por el temor que inspiraba.

Un azaroso día, esparcidos los dos ejércitos sobre las llanuras circundadas por los montes Cachonga, la contienda se torno indecisa al igual que los gritos, y entrelazados en encarnizada lucha, de lado y lado se acumulaban los caídos en numero abrumador, semejante al que resulta de la riña entre los enjambres de avispas invasoras y las abejas que defienden la colmena. La trifulca se mantuvo pareja durante toda la mañana, hasta que al medio día, la divina Atanlia en persona se confundió entre las huestes de sus favoritos, y asumiendo el aspecto de una encantadora hembra guerrera les gritaba con arrojo palabras incitadoras. Vestía con un delicado traje corto que dejaba al descubierto brazos y piernas, sobre el se ceñía la armadura que seguía con armonía la forma de sus senos y el resto del contorno. Las piernas estaban recubiertas con relucientes grebas, al igual que sus brazos. El escudo y el casco con su mullido penacho, se meneaban a derecha e izquierda sin descanso. Todo el que la circundaba frente a ella se desplomaba mortalmente herido, victima de la punta de su lanza o del filo de su espada; igual que el huracán derriba los árboles que va dejando a su paso. Allí donde la batalla se perdía llegaba ella como una tromba, esto exacerbó los ánimos e hirvió el ardor combativo en los hijos de Diamio. Confundidos ante la arremetida, cundió el miedo entre los invasores que se vieron obligados a retroceder. Concientes que en su desgracia se palpaba la venganza de los dioses, principales generales optaron por solicitar una tregua. Los vencedores de la jornada comprendieron claramente, como el deseo de la pausa propuesta por los contrarios surgía de su derrota. Con gran dificultad aceptaron la oferta, pues entendían que con ella desaprovechaban su ventaja; sin embargo, el número de bajas en el lado de los Diamios también era abundante y a su vista repugnaba la desgracia, por lo que la pausa igualmente los favorecía. Y así, se porfió en el propósito hasta que las acometidas y los atronadores gritos escasearon en el tumulto, de la misma manera que el chaparrón cesa en un momento y junto a una que otra gota dispersa se percibe mejor la tranquilidad. Prontamente llego la noticia a cada bando, aunque en el lado de los Engreos los promotores de la pausa fueron muy mal vistos. Marelio, quien era de un temperamento apacible, se alegro de la nueva decisión, si bien se sintió contrariado un poco al considerar que no fue decretada por él. De esta manera en el lado opuesto fue aceptada la iniciativa de mala gana, mientras que en la parte de los Diamios fue recibida con un doble sentimiento de júbilo y desconcierto, que como el corazón del indeciso, se alterno sin ningún reposo. Entre tanto, los invasores no se quedaron inactivos y llenos de desprecio se dedicaron al pillaje.

En mala hora se le ocurrió a Marelio fundamentar su seguridad en una interrupción de las hostilidades apresurada; e influenciado por el excesivo triunfalismo de los generales, olvido las abundantes derrotas pasadas. Adicionalmente, Se confió él excesivamente en las palabras farsantes de los emisarios enemigos y desprecio el peligro inminente que se deducía de las informaciones traídas por los espías, quienes regresaban con el pálido temor aun en sus rostros luego de penetrar arriesgadamente en el territorio hostil y, contrario a las promesas de sus enemigos, ver el resto del ejército frulimio acampado detrás de las montañas; que se aglomeraba sobre las praderas sin que la vista detectara el final, semejante a la ingente manada que pasta sobre la hierba.

De la tranquilidad de Marelio brotaba un espíritu magnánimo, y con el un animo conciliador. Pero igual que el cervatillo, incauto por la aparente tranquilidad del campo, alegre con el trino de las aves, olvida el peligro que detrás del matorral se esconde, el príncipe también olvido los recelos, opacados por el regocijo de la reciente victoria. Así pues, sin más precauciones se echo encima el manto real y tomando el bastón se hizo acompañar por un reducido sequito, que aunque excelentemente ataviado era escoltado por un escaso número de hombres. Confiado seguramente en el reciente triunfo, o simplemente impulsado por un destino aciago, ingreso en el maeritorio invadido, convencido de lograr el esperado resultado conversando. Pero ya desde el Maverós había bajado el decreto inapelable y las siellas, sobre una playa de arena blanca, dibujaron el destino de Marelio para ese día.

Verindra, soliviantada, contemplaba los desgraciados hechos desde la cumbre del monte Syos. Hace tiempos que su alma se elevo, abandonando su aun juvenil cuerpo, pues siendo una simple semidiosa, cumplió como cualquier mortal su cita con el sepulcro. No obstante, su amor por Legiustos no disminuyo en lo más mínimo, y ahora juntos en el Maverós disfrutaron su reencuentro definitivo sin esconderlo a nadie. Así las cosas, la divina Atanlia, que no se resignaba a su dolor, desfogo su furia en donde más le dolía a su rival: en su sangre. En consecuencia no fueron pocas las derrotas que sufrieron los Engreos por las destrezas de la despechada diosa; empero, no falto para ellos la protección del dios, que miraba con cariño a los hijos de Frulimio, pues de su sangre floreció el amor que alegraba su vida.

Para los hijos de Ternio nunca estuvo dentro de sus planes hablar de paz. Cuando el monarca ingreso al territorio invadido, los Frulimios cuchichearon burlescamente al mirar la reducida comitiva y la excesiva confianza de Marelio. Prontamente el recelo se apodero del sequito, ya que no veía en ningún lado algún ministro de los invasores que les franqueara el paso y los invitara a la mesa del dialogo; por el contrario, el camino fue cerrado por un nutrido destacamento de sampiales armados que los miraban con desprecio y en sus labios solo estaba la burla. Del montón salio una flecha que atravesó el cuello de Etrio, derrumbándose del pemigo de espaldas y golpeando el piso con un escandaloso ruido de placas metálicas. Inmediatamente el cortejo entro en conmoción, Marelio puso al tanto del peligro a todos sus acompañantes con una potente voz que maldecía a los traidores y declaraba la emboscada. Si bien varios valientes rodearon a su líder, la mayoría busco como salvar su pellejo por entre los agresores, de igual manera que el antílope procura escapar de los depredadores. Superados en número los Diamiosos, la batalla fue de corta duración. De lado y lado retumbaban los insultos, compitiendo con el estruendo de los golpes, que sonaban como hace sonar el leñador su hacha y zarandeándose los agredidos igual que el árbol a punto de caer.

para saber mas:
http://www.bubok.com.ar/libros/192689/lo-enganoso-de-la-imagen-en-el-otro-universo

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