Otro de los grandes problemas a los que se enfrenta la humanidad entera con el tema de la utilización de la radiactividad con diferentes fines es el tema de los desechos radiactivos.

La industria nuclear considera residuo radiactivo a cualquier material que contiene radionúcleidos en concentraciones superiores a las establecidas por las autoridades competentes y para el cual no está previsto ningún uso.
Los residuos radiactivos se pueden clasificar de muy diversas maneras en función de sus características, como por ejemplo, su estado físico (es decir si son gases, líquidos o sólidos), el tipo de radiación que emiten (alfa, beta o gamma), el periodo de semidesintegración (vida corta, media o larga), y su actividad específica (baja. media, alta). Es normal verlos clasificados en residuos de baja, media y alta actividad y, aunque en algunos países se gestiona cada tipo por separado, en países como España se hacen sólo dos categorías: los de baja y media actividad por un lado y los de alta por otro.

Baja y media:

Los residuos de media y baja actividad proceden de la minería, del ciclo de combustible y de la irradiación de sustancias en instalaciones nucleares y radiactivas. Son menos peligrosos que los residuos de alta, pero mucho más voluminosos. Un reactor medio viene a generar unos 6.220 m3 a lo largo de su vida. 

Algunos de ellos se generan en instalaciones de utilidad social, como en instalaciones radiactivas de uso médico (aparatos de rayos X, de radioterapia,...). Sin embargo, estos son una minoría: por ejemplo en EE.UU. los residuos de media y baja actividad procedentes de uso médico son el 2 % del total y contienen el 1 % de la radiactividad. Una gran diversidad de materiales pueden llegar a ser residuos de baja y media actividad: desde guantes, ropa, herramientas, etc, que hayan estado en contacto con material altamente radiactivo, hasta materiales procedentes de la clausura de instalaciones nucleares.

La vida de los residuos de media y baja varía mucho de unos a otros: Va de unas decenas de años hasta cientos de miles de años. Residuos de media actividad y larga vida son los materiales en contacto con el combustible de los reactores.

Un ejemplo importante y paradigmático lo constituye el grafito radiactivo de los reactores refrigerados por gas y moderados por grafito, como el de Vandellós I. En el grafito se encuentra presente, sobre todo, el carbono-14, un isótopo radiactivo con un tiempo de semidesintegración de 5.370 años, que convierte en muy problemático su almacenamiento con el resto de los residuos de media y baja.

Por ejemplo, en España existen en la actualidad 20.074 m3 de residuos de media y baja actividad que se almacenan en las centrales, en El Cabril (Córdoba) y en Juzbado (Salamanca) y habrá que gestionar 203.600 m3 cuando se cancelen las centrales nucleares que ahora funcionan (muchos más si prolongan su vida como pretende la Industria nuclear y el PP).

Alta:

Los residuos de alta actividad constituyen el 1 % del total, pero contienen el 95% de la radiactividad generada. Son el combustible gastado de las centrales nucleares y las cabezas nucleares procedentes de las bombas y mísiles atómicos. Son los más peligrosos y los que poseen vida más larga. Emiten radiaciones durante miles y miles de años y tienen una toxicidad muy elevada. En casi todo el mundo son generados principalmente en las centrales nucleares, ya que el combustible de uranio empleado en éstas se convierte, tras su utilización, en residuo radiactivo de alta actividad.

Entre estos residuos se encuentra el plutonio-239, un isótopo radiactivo creado por el hombre para la fabricación de bombas atómicas (no existía previamente en la naturaleza). De tremenda toxicidad, un sólo gramo de este elemento es capaz de causar cáncer a un millón de personas. Este isótopo emite radiactividad durante cerca de 250.000 años, lo cual supone 25 veces más tiempo que la Historia conocida de la Humanidad. Estos enormes períodos de actividad nos obligan a pensar en otras escalas de tiempo y en las muchísimas generaciones, aún por venir, que tendrán que soportar el legado irresponsable de los residuos radiactivos. Esta escala de tiempo es tan alucinante que podemos considerarla una eternidad. Podemos compararlo con otros tiempos: la historia de la cultura de la humanidad no tiene más de 10.000 años, la Montaña de Yucca, en el desierto de Nevada (EE. UU.), donde ya se depositan residuos de alta actividad, era un volcán activo hace 20.000 años, hace 5.000 años el Sahara era un vergel, hace 10.000 años había volcanes activos en el centro de Francia y hace 7.000 años no existía el canal de La Mancha. 

¿Quién puede, pues, garantizar que estas peligrosas sustancias estarán confinadas durante todo este tiempo?. Incluso parece dificil que las generaciones futuras no acaben olvidándose al cabo de unos siglos de su existencia. La radiactividad ni huele, ni se ve, ni se oye. Aunque se puede medir con cierto tipo de contadores,
es imposible suprimirla. Las consecuencias de la exposición a una radiactividad elevada son fatales para el ser humano. Está probado que puede causar la muerte, y en dosis más bajas, provoca cánceres, enfermedades y trastornos genéticos que afectan muy seriamente a la descendencia del afectado.
En los sesenta años de existencia de la energía nuclear y pese a las enormes inversiones, nadie ha conseguido dar una solución satisfactoria al problema de los residuos radiactivos de alta actividad. De todos los problemas asociados al uso de la energía nuclear, que aconsejan su inmediato abandono, éste puede ser el determinante.
Los peligrosos residuos son el talón de Aquiles de las centrales nucleares. Estos letales residuos se están acumulando en las centrales nucleares de todo el mundo. La industria nuclear no sabe qué hacer con ellos. Desesperada por el enorme volumen de los residuos radiactivos y el elevado coste de su gestión, ha tratado y trata de resolver su problema de diversas formas procurando "sobre todo" solucionarlo de la manera más barata para ellos.

 

Mié, 01/02/2006 - 17:42