Existen muchas posibilidades abarajadas sobre el tema de donde depositar estos letales residuos. Hasta ahora ninguna es lo suficientemente confiable y parecen tener mucho más factores en contra que en pro de su aplicación. Las opciones con las que se cuentan son:
Entierro en el mar:
Los residuos se sepultarían bajo los sedimentos del lecho oceánico. Esto presenta los problemas de que los residuos no son recuperables ni controlables y de que deberían producirse numerosos transportes con el riesgo de accidente. Encerrar residuos radioactivos en contenedores o bidones y esperar que se mantengan clausurados hasta la eternidad, es una soberana ingenuidad. En septiembre de 1970, el comandante J. Cousteau presentó ante el Consejo de Europa fotografías de bidones de residuos radioactivos franceses sumergidos en el Atlántico "abriéndose y cerrándose como ostras". Los técnicos preveían que se mantuvieran herméticos y estables.
Ya existen leyes internacionales que prohíben el depósito de residuos de alta actividad en el mar, si bien siguen existiendo plantas de reprocesamiento de residuos radiactivos (Sellafield y Dounreay en Reino Unido; La Hague en Francia) responsables del 98% de los vertidos radiactivos al Atlántico. Según la Declaración de Sindra (23-07-98, Sindra, Portugal) para el año 2005 deberán "reducir sustancialmente sus vertidos", y para el 2020 deberían ser cercanas a cero. A pesar de ello hay tres lugares en el mundo que se están investigando: una fosa cerca de Canarias, otra cerca de Azores y otra no lejos de Nueva Zelanda. Se ha demostrado que es una insensatez absoluta
Entierro en los hielos Antárticos:
Esta opción también ha sido abandonada por incontrolable e inviable y por la firma de acuerdos internacionales sobre protección de la Antártida.
Envió al espacio:
Esta opción se ha abandonado por razones obvias: no hay más que pensar en la posibilidad de un accidente como el del Challenger, que se encargase de distribuir por la atmósfera toneladas de residuos de alta actividad; cada lanzamiento sería la amenaza de un nuevo Chernobil. Además este método es tan caro que supondría el inmediato cierre de las centrales nucleares.
Transmutación.
Este proceso consiste en convertir los residuos en otros radionucleidos de vida más corta mediante el bombardeo con neutrones. Presenta el inconveniente de que es muy caro y todavía no se tienen garantías de que el proceso reduzca de forma efectiva la cantidad de radiactividad, puesto que se trata de procesos con una cierta estadística y no siempre se obtienen isótopos menos activos.
Reprocesamiento:
Consiste en la separación química de los diferentes componentes de los residuos para su posterior reutilización. Se podría extraer el uranio no gastado y el plutonio para usarlos como combustible de reactores rápidos o para fabricar bombas atómicas. Además se extraen otros isótopos para usarlos como fuentes radiactivas en medicina o con fines industriales. Sin embargo este proceso no es adecuado para resolver el problema de los residuos porque sólo disminuye la radiactividad típicamente en un 3% y, a cambio, multiplica el volumen de los residuos por 160. Se trata más bien de una forma de obtener beneficios a partir del combustible gastado. Lo usan de forma comercial cuatro países: Francia, EE.UU., Inglaterra y Rusia. Un total de 16 países tienen combustible reprocesado o planean reprocesarlo. España ha enviado combustible para reprocesar procedente de Zorita a Inglaterra y a Francia procedente de Vandellós I.
Además, las plantas reprocesadoras, se han convertido en las mayores contaminantes radiactivas de nuestros mares. La planta de Sellafield (Reino Unido) planeaba deshacerse de 8.000.000 de litros diarios, de residuos radiactivos, durante los próximos 20 años. La empresa propietaria (British Nuclear Fuels -BNFL) así como COGEMA en Francia deberán parar sus vertidos y limpiar lo contaminado durante años.
Almacenamiento en la superficie:
Sería el menos malo de todos. Consistiría en el almacenamiento de los residuos en espacios especiales dedicados a ello, siempre bajo control y con sistemas de refrigeración pasivos. Los residuos deben estar confinados en contenedores especiales con diversos blindajes. Este proceso presenta la gran ventaja de que los residuos son accesibles y siempre se mantienen bajo control, con lo que se podría actuar sobre ellos caso de producirse algún problema. También daría la posibilidad de acceder fácilmente a ellos si en un futuro se lograse algún tipo de técnica para su inactivación o aprovechamiento. Es el método propuesto por grupos no gubernamentales y multitud de científicos. De todas maneras también presenta inconvenientes.
Enterramiento en profundidad:
Consistiría en depositar los residuos en cementerios a unos cientos de metros de profundidad (entre 500 y 1000 metros) en formaciones geológicas dudosamente estables. Es del todo ilusorio e irresponsable tratar de preveer el comportamiento geológico a miles de años vista.
La imprevisibilidad de la evolución geológica, de las corrientes de agua subterráneas y el tiempo que deben estar confinados (del orden de miles de años, es decir, cientos de generaciones) desaconsejan absolutamente esta opción. Otras situaciones que complican técnicamente esta solución es que las desintegraciones generan gases nobles, al año se genera un volumen aproximado de gas igual al volumen de los residuos lo cual hará aumentar seriamente la presión en el contenedor. Otro problema serio es el calor desprendido que hace necesario pensar en sistemas de refrigeración o de difusión de calor, para evitar que se fundan los residuos y la propia contención. Otro gran problema técnico es la propia radiactividad emitida que hace que cambien las propiedades de los materiales. Un intenso bombardeo de rayos gamma convierte en frágiles materiales que antes eran tenaces.